Desde pequeño me
habían dicho que la finalidad del Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, era
conmover al espectador o al lector; hacer sentir a las personas desde la más
sincera de las alegrías hasta la más oscura de las desgracias; provocar
sentimientos encontrados de amor o de odio, de ilusión o de tristeza. Incluso
había discutido muchas veces, en conversaciones de universitario ociosos, sobre
los posibles mensajes ocultos que los escritores, pintores, arquitectos o
dramaturgos dejaban impresos en sus obras para algún avezado aprendiz de brujo.
Pero apenas
había discutido sobre las posibles propiedades terapéuticas del mismo.
Paradójicamente yo, conocedor de literatos, artistas y filósofos, educado
prácticamente en humanidades desde niño no conocía ese poder. Curiosamente, yo
que tanto hubiera necesitado de esa capacidad de curar en una vida plagada de
zonas oscuras. Y caprichosas
cartas que me tocó en suerte. Ayer, a mis treinta y pocos años, lo vine a
descubrir.
La otra tarde. Sí.
Sentado en la terraza junto a mí madre. En nuestro banco favorito y absorto en
la lectura de, en principio, un curioso libro llamado “Sandalias de
Plata” escrito por una buena amiga - Pepa González. Probablemente el mejor descubrimiento del 2013.
Y no hablo ahora del libro sino de ella, mujer enigmática a la par que risueña,
que conocí de casualidad en un curso de “redes sociales”.
La otra tarde, sí.
Porque
mi madre no se encuentra bien, porque está depresiva y ha perdido diez quilos. Porque
siendo ella la única que me había cuidado siempre, estaba ahora tan lejos de mí
como yo también lo estuve un día de ella. Porque los fantasmas oscuros de la
sinrazón y la tristeza pululaban por nuestras cabezas.
Ayer, porque de
buenas a primeras tuve una genial idea. ¡Qué digo genial, fue sublime!
- ¿ Mamá
quieres que te lea? Mira que te vas a entretener. Ya lo verás esta mujer
escribe muy bien.
- ¿Eh?. No te
preocupes hijo. Estoy bien.
- Escucha, se llama “Andando juntos”
- ¿ Cómo?
- Una de las historias del libro se llama así.
¡Escucha, por favor!
Así empecé a
leer. Cada dos renglones levantaba la cabeza para observarla y al principió pensé que no me escuchaba. Incluso parecía más triste. Así que paré y le
pregunté:
- ¿Lo
dejo Mamá? –
Y con cierto
brillo en su mirada me contestó.
- No, no, la entiendo. Sigue.
- ¿ Entiendes a quién mamá?
- A la mujer Alfredito. Sigue por favor.
Así pues, retomé
la lectura y cuál fue mi sorpresa. Mi madre empezó a reír. A reír, sí. Hacía
tanto que no la oía reír que me pareció una risa nueva, contagiosa. Se partía
de risa. ¡Carcajadas! ¡Eso eran carcajadas! . No sé si fue la crítica al
pantalón de pana o la variación de color en los cuadros pero mi madre reía y
con ganas. Así le seguí leyendo y silenció pensativa, asintiendo con su cabeza
como metida en la pequeña historia de Pepa. Más tarde volvió la risa acompañada
de un brillo en la mirada que restauraba la alegría en su rostro.
¿Sería el “si
como porque como y si no como porque me pongo enfermo”? Era gracioso sí.
No sé. Da igual. Ella reía. Reía y se lo pasaba bien. Luego se calmó y
reflexiva parecía meditar sobre las últimas palabras de Él, mientras una
hermosa sonrisa se figuraba en su cara. ¡Por dios... si
hasta parecía más joven otra vez! Entonces me dijo:
- ¡Léelo otra vez Alfredito, léelo otra vez!
Y otra vez se lo
leí y otra vez rió y otra vez lloró. Y dijo que lo entendía y que eso era lo
que le pasaba a ella, lo que sentía ella y que cómo escribía de bien esa amiga mía.
Sorprendentemente noté que el brillo de sus ojos había cambiado, estaba más
animosa. Así que leí otra vez y volvió a reír con ganas y a llorar de forma
ahora más suave, y al terminar de releer el pasaje por tercera vez dijo en un tono
más serio:
- Mañana me lo vuelves a leer que me ha hecho
mucho bien. Y ahora me voy a poner guapa que nos tenemos que ir a trabajar.
Anonadado y
escéptico ante un cambio tan drástico en su conducta, buen conocedor del
fantasma de la depresión, pensé que le duraría un rato la alegría efímera de las letras pero, ya han pasado algunos días y la mejoría sigue por
tanto, tendré que reconocer que el relato de mi querida Pepa era un relato del
“alma adentro”, un relato que tocó alguna fibra sensible en mi madre y que, de
un modo casi mágico, la ha hecho mejorar.
Dicho lo dicho, reconociéndome
como admirador del buen hacer de Pepa González, me sorprendo por la
profundidad de los pasajes de “Sandalias
de Plata” con los que he reído de buena gana y también, he sentido
intensamente.
Sólo me queda
agradecerle de todo corazón ese bello relato con el que ha logrado cambiar la
actitud de mi madre. Sólo me queda manifestar mi más firme convicción sobre el
poder mágico o curativo de las letras o quizá, sobre el conocimiento del alma
humana que demuestra Pepa González en su obra. En cualquier caso, en mi casa
nos vamos a calzar esas sandalias muchas veces más. Y me encantaría que todos
se las pudieran calzar pues no dudo de que con ellas puestas el mundo adquiere
un color más agradable, el mundo parece un lugar más amable , más divertido y
más interesante.
Pd: ¡Ah! Los
alegatos de las chicas me gustaron tanto que he decidido cambiar las aburridas
tertulias masculinas por los cafés de las amigas…Infinitamente más entretenidas
esas charlas y también más intensas, todo hay que decirlo. Un caluroso abrazo.
Tu amigo. Al
Leer este texto de agredecimiento de este hombre leendo a su madre el capitulo ''Andando Juntos'' me impresiona enormemente. Lei otra vez la historia y me imagine muy bien donde esta mujer empezó a reir se y a reir se....... Maria Jose te felicito . La historia de este Señor nos demuestra que has tocado almas en tus historias. Eres GRANDE. Janine
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